Aunque parezca surrealista, vivimos tiempos en los que parece que se ha vuelto popular el que Star Wars no guste, especialmente desde el estreno de Los Últimos Jedi, octavo episodio vilipendiado de forma notable en redes sociales, pero oh sorpresa, ascendido a las alturas del Reino de Amazon como la película más vendida en formato físico y digital.
No es mi caso. Quien me conozca sabe que soy un fan acérrimo de la saga iniciada por George Lucas en 1977, y siempre he defendido a capa y espada, cual Íñigo Montoya dispuesto a vengar a su padre asesinado, la labor que está realizando Kathleen Kennedy a los mandos de ese super destructor estelar de tamaño masivo que es el Lucasfilm comprado por Disney.
Pero algo me pasa con Han Solo: Una historia de Star Wars, la segunda película de la saga que narra una historia al margen del linaje Skywalker, y que le ha supuesto a la señorita Kennedy más de un dolor de cabeza (despidiendo fulminantemente a sus dos directores originales, Phil Lord y Chris Miller, y reemplazándolos por Ron Howard a menos de un año de la fecha de estreno). No estoy consiguiendo conectar con lo que me están proponiendo, y eso es algo que, para mí, tratándose de la saga de la que estoy hablando, es una mayúscula novedad.
Es como si la magia que sentía ante cualquier nueva película de Star Wars se hubiera desvanecido por completo. Claro que me hace gracia ver a un joven Han Solo, el nuevo diseño (o el “diseño original”, vaya) del Halcón Milenario me encanta, y desde luego compro todo lo relacionado con Donald Glover como joven Lando Calrissian. Pero ante el material promocional que está llegando, y este nuevo tráiler no se queda atrás, lo único que consigo ver es un producto genérico de marca lucasiana, que no parece distar demasiado de otros grandes blockbusters que llegan a las pantallas cada año durante estas fechas.
Nada me alegraría más que tener que comerme mis palabras cuando se estrene a finales de mayo, acompañadas por un buen cubo de palomitas y una generosa pero insalubre cantidad de bebida azucarada atiborrada de cubitos de hielo. Será señal de que me lo habré pasado en grande, y de que no hay de qué preocuparse, que Star Wars está en buenas manos. Hasta entonces seguiré escudriñando cada nuevo clip, fotograma y póster, por si los milagros existen y encuentro algo de la magia que siempre ha caracterizado a esta saga, mientras intento no atufarme demasiado de este fuerte olor a máquina de churros de feria que procede desde San Francisco.
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