Hoy hace veinte años, el 17 de noviembre de 1989, se estrenaba en cines de Estados Unidos, Canadá y México, La Sirenita. Dirigida por Ron Clements y John Musker (que estas navidades estrenan en Estados Unidos un nuevo largo de animación, Tiana y el sapo), el film significó para la Disney el fin de una época modesta y sencilla, alejada del éxito mundial y de la marca que la caracterizó hasta la muerte de Walt Disney, y el principio de una nueva era.
Aprovechamos el veinte aniversario de la película para realizar una retrospectiva de la historia de Disney, y lo que significó La Sirenita para ella.
Tras el estreno de La Bella Durmiente, una verdadera obra cumbre del cine de animación, la factoría Disney sumió a su cine a un cambio de rumbo. Con Walt dedicado casi en exclusiva al parque temático que planeaba abrir en California (Disneyland, obviamente), e iniciando los preparativos de su expansión en Florida, el mimo y el cuidado que recibirían las películas a partir de entonces no serían los mismos. El estilo de trabajo de la factoría cambió radicalmente, en pos de trazos más sencillos y fondos más descuidados, sin dejar de lado en ningún momento la exquisita animación artesanal y prácticamente única en aquella época, a excepción de las maravillas que se estaban gestando en Asia.
Así, nació 101 dálmatas, la primera película de los estudios en utilizar el proceso Xerox, que ayudaba enormemente a las tareas de animación y, lo más importante: abarataba costes, mientras automatizaba la técnica. El mundo lleno de color de Disney se volvía gris y sucio, londinense y moderno. Empezaba la década de los sesenta, y con ella cierta crisis de empatía y creatividad de los estudios de animación.
Walt Disney volvió a la carga supervisando la producción de El libro de la selva, probablemente la mejor película de aquella época. Pero lamentablemente falleció en diciembre de 1966. El film basado en los relatos de Rudyard Kipling se convirtió en la última película en llevar el sello personal de Disney, y la última cinta animada de los sesenta.
Tras su estreno, todo fue diferente.
Mientras Walt Disney Pictures apostaba cada vez más por el cine familiar de imagen real (Mary Poppins, La bruja novata…), la animación empezó a sufrir una pequeña depresión, como si la muerte de Walt hubiera supuesto un agravante fatal para ello. Durante la década siguiente de los setenta, a pesar de haberse estrenado películas que ahora se consideran de culto básicamente por motivos nostálgicos (Los Aristogatos, Robin Hood), podría afirmar sin despeinarme que la serie B más televisiva reinó durante poco menos de veinte años en un mundo mágico que empezó con Blancanieves y los siete enanitos.
Hasta que a finales de los ochenta se decidió dar un golpe sobre la mesa. Había que recuperar no sólo el prestigio, sino la identidad. El primer intento llegó con Los rescatadores en Cangurolandia, secuela de Los rescatadores (1977). Convenció a la crítica, que se mostró de nuevo entusiasta ante los nuevos talentos y al empuje técnico de la compañía (la película fue el primer largometraje de Disney en utilizar la computadora: muestra de ello es su impresionante introducción). Sin embargo, en taquilla no logró funcionar como se esperaba.
En noviembre de 1989 se estrenó La Sirenita, con la que Disney ponía toda la carne en el asador: No sólo volvía a intentar estar presente en la taquilla, sino que además lo hacía volviendo al género fantástico-musical que tantos éxitos le proporcionó en el pasado, con la ayuda del aclamado compositor Alan Menken.
Y tocó la lotería.
Con un presupuesto de cuarenta millones de dólares de la época, La Sirenitatuvo una entrada en su primer fin de semana de exhibición de más de seis millones de dólares. La semana siguiente, logró recaudar aún más: ocho millones que pasaron a formar parte de una carrera comercial envidiable, recaudando su pico el fin de semana de enero a febrero de 1990 (más de nueve millones de dólares), manteniéndose en taquilla hasta finales de febrero de ese mismo año.
Es más que evidente que no sólo encandiló a la crítica, sino que el público se quedó anonadado y enamorado con las aventuras de la joven sirena llamada Ariel, basada en el cuento homónimo de Hans Christian Andersen. El éxito fue tal que la película acabó siendo nominada a tres premios de la Academia por su fantástica banda sonora, consiguiendo dos.
La Sirenita fue tan importante porque consiguió reestablecer el status quo de Disney en el cine de animación estadounidense. Gracias a ella, la factoría inauguró una tercera edad dorada, repleta de nuevos éxitos, talento y buenas horas de cine animado, y que comprendió desde la misma, pasando por La Bella y la Bestia (hasta el momento, la primera y única película de animación nominada al Oscar® a la Mejor Película), Aladdín y El Rey León, hasta Tarzán, el último gran éxito animado de los estudios, en 1999.
La coincidencia entre la falta alarmante de ideas, la repetición excesiva de esquemas, la llegada de Pixar y del cine de animación por ordenador detuvieron el monopolio a tiempo, antes de su auto destrucción. Toy Story y los sucesivos éxitos de la compañía fundada por John Lasseter (que a día de hoy siguen durando, y por méritos propios sin ningún tipo de duda) han seguido manteniendo a Disney a flote hasta nuestros días.
Quién sabe si otra coincidencia (Ron Clements y John Musker, directores de La Sirenita, volviendo en plena “decadencia” con Tiana y el sapo) volverá a relanzar la producción propia de la factoría a lo que se convirtió con los estrenos de Blancanieves, La Cenicienta y La Sirenita, las tres películas que inauguraron sendas edades doradas: la representación cinematográfica animada occidental de la aventura, la magia y la fantasía popular por antonomasia.
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