Nominada a cinco Premios de la Academia y ganadora del Oscar a la mejor actriz principal, el último trabajo del peculiar realizador Darren Aronofsky se adentra en el mundo de la danza y en la vida de Nina (Natalie Portman), una joven bailarina obsesionada con interpretar a la perfección el Cisne Negro.
La actriz ganadora del Oscar Natalie Portman interpreta a una veterana bailarina de ballet que se encuentra encerrada en si misma en una situación muy competitiva con una bailarina presuntamente rival –encarnada por Mila Kunis–, y que se irá incrementando a medida que lleguen a una representación muy importante. Lo que no está tan claro es si la rival es una aparición sobrenatural, o la protagonista está simplemente teniendo alucinaciones…
Darren Aronofsky vuelve a los derroteros de sus trabajos anteriores a El Luchador (The Wrestler, 2008) –el film más realista del realizador neoyorquino–, en los que la virguería audiovisual era prácticamente omnipresente en los metrajes de Réquiem por un sueño (Requiem for a dream, 2000) y La fuente de la vida (The Fountain, 2006). La suciedad y el celuloide que casi podía mascarse del film protagonizado por Mickey Rourke dejan paso en Cisne Negroa un mundo nítido y limpio, de belleza presuntuosa, disciplina y perseverancia. La danza, el ballet, la fachada para las mismas intrigas, mentiras y celos de siempre pero, sobretodo, el escenario para exponer y desarrollar el atormentado personaje de Nina, uno de los mejores papeles de la carrera de Natalie Portmancon amplia diferencia.
Es en la dirección de actores donde reside el acierto más destacable de Cisne Negro. Se ha dicho hasta la extenuación que Portman está espléndida e impecable. Nadie estaba falto de razón. La actriz, nacida en Jerusalén hace tres décadas, consigue transmitir la sensibilidad y la fragilidad de un personaje al borde del más oscuro de los abismos con refinada precisión y una madurez profesional que, por fortuna, ha sido recompensada. Su compañera Mila Kunisestá simplemente correcta, pero son Vincent Cassel –el director de la obra para la que trabaja Nina– y Barbara Hershey –la sobre protectora madre de la bailarina– los que rematan un notable trabajo de reparto como si de una función dirigida por el personaje del actor francés se tratara. Son precisamente todos ellos los que levantan la película y le otorgan cierta categoría.
La labor tras las cámaras de Darren Aronofsky no podía ser más irregular. El director regala tantos momentos extraordinarios como paupérrimos. Si las secuencias pudieran expresarse, el precioso e intenso clímax final del film se ruborizaría de vergüenza ajena ante una de las secuencias más involuntariamente cómicas de los últimos tiempos –la masturbación de Nina–.
Es, precisamente, el vicio ascendente en la carrera de Aronofsky por los efectismos fáciles y desconcertantes los que enturbian el resultado final de Cisne Negro, tal y como ya sucedía en La fuente de la vida. Estamos ante una película que podría haber sido mucho más rica en lenguaje cinematográfico pero que, no obstante, Aronofsky se limita a insistir constantemente, durante una hora y cuarenta y ocho minutos de metraje, en el cambio que sufre su protagonista, subrayando con rotulador fosforescente para que nos quede todo bien claro, haciendo del conjunto una obra terriblemente evidente.
Eso y los parecidos más que razonables y sospechosos con películas como Repulsión (Roman Polanski, 1967), Perfect Blue (Satoshi Kon, 1998) y –aunque suene a chiste– Showgirls (Paul Verhoeven, 1995), marcan la diferencia entre el simple guiño u homenaje con el mestizaje cinematográfico, y el séptimo arte en estado puro entre el cine a medio gas como lo es Cisne Negro. Por mucho artificio clásico –y sin duda eficaz– que uno pueda ofrecer como colofón final.
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