Hará fácilmente varios lustros que no veía de nuevo esta película, primera adaptación al cine de la novela infantil Las Brujas de Roald Dahl. Para aquí un servidor, se trata de una de las películas que más veces pude ver durante mi más tierna infancia. Así he acabado, con varios traumas sobrevolando como buitres carroñeros el cuerpo de mi vida adulta, el cual por fortuna aún sigue estando vivito y coleando.
Anda, ¿y eso por qué? Bueno, básicamente La maldición de las brujas (que así se tituló en cines españoles) es una película en la que se vinieron muy arriba a la hora plantearse ciertos efectos especiales; como lo son las transformaciones de niños a ratones en un alarde de imaginería grotesca de un gusto algo debatible para una película dirigida al público más infantil. Y no, no es ningún spoiler, así que no me vengáis con el drama.
La caracterización de algunas brujas, especialmente de la Gran Bruja Reina (interpretada por una Anjelica Huston que se lo pasa pipa en todas y cada una de sus escenas), también podría ser motivo de pesadillas y traumas en los espectadores más pequeños. Si bien es cierto que no se me ocurriría nada más maravilloso hoy en día, en estas alturas de una chavalada criada entre los algodones de Frozen y otros productos de consumo masivo más suavizantes que estimulantes.
Después de soltar esta pedantería y quedarme tan ancho, diré sobre La maldición de las brujas que ni fu ni fa. Reconozco sentir cierta nostalgia viéndola, como si añorase ese tipo de cine infantil inocentón-pero-no-tanto que se produjo durante las décadas de 1980 y 1990. A ratos me lo paso bien, y en otros siento cierta vergüenza ajena, especialmente si en pantalla pulula Rowan Atkinson. Me flipan sus momentos tétricos, como su inquietante prólogo y la interpretación en sí de Anjelica Huston (ojo a su lenguaje corporal en la mítica escena de la transformación de Bruno); y desde luego que esos efectos especiales le dan un encanto especial, que veremos si con el tiempo lo acaba ganando la más reciente adaptación de Robert Zemeckis. Pero le falta cierto hervor, y la veo tan añeja tanto para lo bueno como para lo malo, que siento que mi relación con ella es más un quiero y no puedo que otra cosa.
Eso dejando la nostalgia a un lado, claro. En el fondo, la guardo con cariño en algún rinconcito de mi corazoncito de pipiolo de primaria. Pero seguramente deje pasar otros tantos lustros a la hora de volver a ella.
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