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La favorita (Yorgos Lanthimos, 2018) — Crítica



Cuando fui a verla no esperaba encontrarme en absoluto no solo un relato sobre la variedad de efectos que el poder ejerce sobre el ser humano, entre ellas el abuso, la ambición y la soledad, representada en la trinidad protagonista (Olivia Colman, Emma Stone y Rachel Weisz), sino que tampoco creía que iba a ver una obra con la que me sintiera especialmente… “identificado”.


Me refiero cómo no al “asunto” que golpea y sacude la trama de la película justamente en su nudo, y del cual yo no tenía conocimiento alguno. Soy yo el que llega tarde a verla, por lo que me sentiría bastante mal comentándolo así tan alegremente, y temiendo que pueda fastidiarle a alguien la sorpresa que yo me he llevado… así que ya no digo más. Pero eh, ole por ir por ese camino.


Lo que sí digo, es cómo de bien Yorgos Lanthimos plantea visualmente el film, explotando todo recurso visual que se le ocurre para enriquecer la narración (que es en definitiva para lo que se deberían utilizar, pero bueno): la fotografía utilizando solo fuentes de luz naturales, esos giros de cámara loquísimos con los que me he llevado más de un susto, y cómo no hablar de los grandes angulares esdrújulos que distorsionan el encuadre, tanto como lo están las realidades de sus protagonistas.


Lamascletá a toda esa pirotecnia de técnicas y de talento desembocan, para mí, tanto en uno de las mejores secuencias finales del año, como en una de las mejores películas del mismo, ignorada inexplicablemente por una Academia de Hollywood cuyo rumbo e identidad bien podría tener un lugar en el retablo barroco de personajes retratados por Lanthimos.


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