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Foto del escritorRafa Delgado

Déjame Entrar (Matt Reeves, 2010) — Crítica



Existe mucha animadversión hacia los remakes. Casi demasiada, y enfermiza. El principal argumento en su contra -y no precisamente carente de razón- es la falta alarmante de ideas que impera en el cine producido en los Estados Unidos. Adaptaciones desde otros medios (cómic, videojuegos, literatura…), secuelas y remakes inundan la gran parte del catálogo de productos que el cine estadounidense estrena dentro de su territorio y exporta a mercados internacionales. Es comprensible que anuncios de remakes sobre películas tan -relativamente- recientes como Depredador(Predator, John McTiernan — 1987), La Mosca (The Fly, David Cronenberg — 1986) y Funny Games (Michael Haneke — 1997) provoquen cierta controversia. Estamos hablando sobre una ley del mínimo esfuerzo por parte de productores y directores, demasiado fácil e irresistible, pero hablamos también sobre una estrategia de marketing que, en cierta medida, beneficia al espectador.

Producir y estrenar una nueva versión de una película ya existente, en plena era de la información omnipresente, conlleva relanzar en cierto modo la película original. Siempre existirá el público vago, aquél que demuestra cierta ignorancia ante el escaso interés en saber lo que está viendo en el cine, más allá de ver “la película del momento” ese fin de semana; pero también existe y seguirá existiendo el público inteligente y curioso: aquél que, con toda probabilidad, se informará de la película que verá ese viernes en la gran pantalla, y descubrirá -si no lo sabía de antemano- que pagará por una nueva versión de una película que ya se estrenó tiempo atrás. El gasto de la entrada de cine para ver el remake, podría significar un gasto adicional para adquirir la versión original en la que se ha basado dicho film (en un país idílico y sin vacíos legales en el que la piratería estuviera prácticamente erradicada; no es el caso del nuestro), en un lanzamiento doméstico que, probablemente, esté distribuido expresamente por la productora que estrenó la nueva versión ese mismo viernes. Todos salen ganando matando dos pájaros de un tiro: la productora vende dos versiones de una historia por partida doble, y el espectador enriquece su visión y criterio cinematográfico.

Ocurre algo muy parecido con la versión estadounidense de Déjame entrar, que se estrenará mañana viernes en cines de toda España. En este caso existe cierto matiz que habría que tener en cuenta: se trata de una nueva adaptación de la novela de John Ajvide Lindqvist, aprovechando el rotundo éxito que tuvo la película sueca dirigida por Tomas Alfredson, y no de un remake propiamente dicho de ésta.

Déjame entrar es un film único, quizá demasiado deudor de la cinta sueca en secuencias contadas con los dedos de una sola mano (siempre producto de una admiración confesa y latente por parte de su director), pero poseedor de una personalidad y una visión propias que enriquecen la historia de una relación entre un niño inadaptado y un vampiro, personajes que no sólo no sufren el tan temido proceso de “americanización”, sino que, gracias a un tratamiento mucho más cálido, se vuelven más universales. Matt Reeves le dedica el protagonismo absoluto a dicha relación en esta versión estadounidense del relato, suprimiendo tramas y personajes secundarios que, en el caso de la película sueca, entorpecían el ritmo de la historia, mejorando el resultado final de forma significativa. Reeves apuesta también por remarcar los aspectos más terroríficos e inquietantes de la historia. El poder de la sugerencia sigue presente (y absteniéndose del calco), pero se hace especial hincapié en secuencias más explicitas y angustiosas, en ocasiones nuevas y refrescantes por su técnica, aportando un enfoque distinto. También es el caso de la perdida de la inocencia, un tema que también toca la película original sueca, pero con mucha más frialdad. En este caso, los personajes poseen más calidez tanto en su lado más bueno como en su lado más oscuro. El maltrato en el instituto se encrudece, tornándose en una amenaza más palpable y acorde con el tono general que le da Reeves al relato; sucede exactamente lo mismo con el curioso proceso de auto descubrimiento en la relación entre los dos protagonistas, pero a la inversa. El posterior clímax de ambas tramas no supera la brillantez con que lo ejecutó Tomas Alfredson el año pasado, pero sí hace gala de una excelente labor en la realización de Matt Reeves, haciendo honor al renovado sello Hammer.

Déjame entrar (2010) es en definitiva una obra a parte de la cinta original sueca, pero que va de su mano sin ningún tipo de problema ni prejuicio. Ambas se complementan a la perfección como dos visiones diferentes de la misma historia, procedentes de dos culturas tan distintas como los dos protagonistas del film. Pese a sus diferencias y a su cruel relación, Owen y Abby (Oskar y Eli en Suecia) se llevan de maravilla en la ficción, ¿por qué no iban a llevarse bien estas dos magníficas películas?

Pueden, igual que el público más receloso con remakes y/o revisitaciones, quienes tendrían que dejar a un lado todos sus prejuicios y temores y darle una oportunidad al Déjame entrar de Matt Reeves. Personalmente, vale la pena.

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