Cuando el 24 de enero de 2006, The Walt Disney Company compró Pixar Animation Studios por 5.419 millones de euros, y cedió el control de sus estudios de animación a los directores creativos de Pixar, muchos admiradores del cine de animación como un servidor que escribe estas líneas suspiramos algo aliviados.
En aquél entonces, el legado cinematográfico que dejó Walt Disney no pasaba por muy buenos momentos. Dada por terminada una gloriosa etapa de grandes éxitos con el estreno de Tarzán en 1999, los estudios de animación de Disney empezaron a vivir días de lluvia y tormenta con los últimos años y coletazos de Michael Eisner como director ejecutivo. Fracasos como los de Fantasía 2000, El emperador y sus locuras, Atlantis: El imperio perdido y sobre todo Zafarrancho en el rancho, propiciaron una crisis en todos los niveles de un imperio que hacía unos años había recuperado el prestigio perdido, y que ahora veía con sus propios ojos cómo el público perdía el interés a favor del cine de animación generado por ordenador, algo inevitable teniendo en cuenta el gran estado de forma año tras años de Pixar, y el oportunismo farragoso de los estudios de animación de DreamWorks.
La entrada de John Lasseter y otros miembros de Pixar en Disney era la señal de un cambio de aires tan necesario como solicitado. En cuestión de muy poco tiempo, fueron cambiando el rumbo a seguir en el futuro de la empresa, de sus proyectos y de sus estrategias. Películas como Descubriendo a los Robinsons y Bolt fueron replanteadas de pies a cabeza, tanto en cuestiones argumentales como del tono general que iba a tener cualquiera de ellas. Tiana y el sapo significó la vuelta a la animación tradicional de los estudios, una especie de globo sonda cuyo objetivo fue medir las reacciones del público ante un nuevo cuento de hadas, y que francamente no salió muy bien parada.
Quizá por ello, el largometraje de animación número cincuenta de Walt Disney Animation Studios fue re titulado como Enredados. Pero lo que mucha gente no sabe es que fue el proyecto que más cambios ha sufrido desde la entrada de Lasseter y Pixar en la compañía, pasando de su concepto inicial de cuento de hadas tradicional y “épico” como La Bella y la Bestia, a una cinta de aventuras para todo tipo de público. Y la decisión fue del todo acertada. Lejos de vivir de glorias pasadas y modelos de cine caducos, Disney ha tratado de reinventarse a sí misma, ofreciendo la esencia de su naturaleza adaptada a los tiempos que corren y a las exigencias del público actual, tal y como ya sucedió en 1989 con La Sirenita.
Sin duda, Enredados es un claro reflejo y ejemplo de ello. A miles de años luz de la dudosa experiencia que ofrecía Tiana y el sapo, la historia de Rapunzel y el intrépido Flynn Rider no destaca especialmente por su originalidad o su poca rebeldía en cuanto a el típico carácter conservador –involuntario o no– de los estudios que vieron nacer al ratón más famoso de todos los tiempos, sino por el auto reciclaje de una fórmula que muchos creíamos caduca y que en este caso resulta más fresca que nunca. Si alguien echaba de menos esa magia de Disney que impregnaba los clásicos más recordados del sello, Enredados es sin duda su película ideal, la cinta que por fin regresa con éxito verdadero a una marca y a un modo de contar historias ausente durante tantos y tan largos años.
Doce han sido los años que han pasado desde la última película de Disney que funcionaba realmente bien en prácticamente todos los aspectos. Ha sido mucho tiempo esperando algo que se asemejara a esas películas que no serán obras maestras, pero contienen un encanto y una personalidad que sólo algunas personas somos capaces de aguantar y entender. Enredadosvuelve a todo eso. A la magia, a los sueños, a las princesas. Pero no como antes. Incluso la banda sonora de un Alan Menken poco inspirado suena diferente. Como ya digo, son las ganas de reinventarse y mantener una marca al mismo tiempo. Y los movimientos estratégicos de John Lasseter y compañía acaban madurando y surgiendo efecto, alejándose de cierta chabacanería que apesta a algún que otro sector del cine animado actual. Enredados se arriesga, fusionando lo que hizo triunfar a Disney durante la década de los noventa con el mejor Indiana Jones que os podáis echar en cara, y divierte, utilizando hábilmente técnicas inusuales como los jump cuts, o incluso permitiéndose el lujo de rendir homenaje a Los Caballeros de la Mesa Cuadrada y sus locos seguidores y tener un éxito inigualable en el intento.
Enredados es todo lo que muchos esperábamos que fuera y que no imaginábamos encontrarnos ante una campaña de promoción que hizo temernos lo peor: la mejor película de animación de Disney de lo que llevamos de siglo XXI.
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