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Foto del escritorRafa Delgado

Los Juegos del Hambre (Gary Ross, 2012) – Crítica




El que escribe estas líneas empezó a leerse el primer libro de la trilogía de Suzanne Collins con cierto escepticismo, tal y como hice con la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer. Sí, sé que ambas series son fenómenos de la literatura juvenil que prácticamente no tienen nada en común, pero algunas campañas publicitarias mal llevadas conducen a este tipo de malentendidos. Leídos todos los libros, uno ya está más que preparado para formarse una opinión al respecto, sobre todo a la hora de trazar una línea entre la tontería mormona y conservadora de Crepúsculo, y la crítica social y la crueldad de Los Juegos del Hambre.


En realidad lo de la crítica social no es más que una brocha gruesa que nos señala de forma muy fácil el cómo una sociedad puede crear un espectáculo de cualquier cosa, incluida una masacre entre niños convertida en telerrealidad, género parodiado y evidenciado con eficiencia tanto en el libro como en la película. En realidad no hace mucha falta buscarle tres pies al gato para encontrar un sentido metafísico a una historia que, de momento y con una tercera entrega en la incubadora, no lo pretende. Sin embargo, y a diferencia de otros fenómenos que promueven actitudes más bien suicidas, es de agradecer que Los Juegos del Hambre quiera entrar en terrenos así teniendo un público potencial tan joven a su merced, y eso le da más valor del que pudiéramos haber esperado.


En contra de la película, falla una dirección demasiado irregular por parte de Gary Ross (el cual ahora sabemos que no se encargará de dirigir la segunda parte, En Llamas). El director de Pleasantville y Seabiscuit consigue tantos buenos aciertos a la hora de plasmar en la gran pantalla la historia de Katniss Everdeen como desaciertos incomprensibles, dando como resultado una película con un ritmo endeble, carente de fuerza y descompensado en términos generales (el mejor ejemplo posible: el inicio de los Juegos es una secuencia de clímax sobresaliente, cuyo mérito se desvanece en los anticlimáticos minutos posteriores de los que la película no se llega a recuperar). La falta de algunos datos esenciales no termina de ayudar, y eso que la cinta dura dos horas y veinte minutos; por no hablar de una cámara que se mueve demasiado y no deja ver absolutamente nada… sin duda las intenciones son buenas, pero los resultados dejan que desear y pueden crear aún más desconcierto en el tipo de público al que debería estar dirigido principalmente: el que no se haya leído los libros.


El gran logro de Los Juegos del Hambre no es otro que la propia Jennifer Lawrence. En ella reside todo el peso emocional de la historia, y doy gracias de que estamos hablando de una de las actrices jóvenes con más talento de la industria actual (no en vano fue nominada al Oscar por su papel en Winter’s Bone). Transmite con tan solo una mirada, y esa solvencia frente a la cámara cautiva y rescata el conjunto cuando una dirección bamboleante se queda en agua de borrajas. Al menos quedará el consuelo de que lo mejor está a un año y medio de distancia.


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