Dos años después de elevar a El Caballero Oscuro al selecto club de las películas más taquilleras de la historia, el director británico Christopher Nolan es fiel a sus principios como cineasta, y vuelve a la gran pantalla con un largometraje que no tiene nada que ver con su saga del hombre murciélago: Origen, un thriller de acción que tiene lugar en el subconsciente del ser humano.
¿Cuál es el parásito más resistente? Una idea. Una sola idea de la mente humana puede construir ciudades. Una idea puede transformar el mundo y reescribir todas las reglas…
Tras el bombazo que supuso El Caballero Oscuro (recaudó más de 1.000 millones de dólares en todo el mundo), era de esperar que el nuevo trabajo de Christoher Nolan no iba a librarse de toda clase de expectativas y exigencias tanto válidas como auto impuestas, sobretodo cuando empezó a proyectarse Origen en pases privados para la crítica norteamericana, muy entusiasta con el film. Se la ha calificado como una obra maestra impepinable, y se la ha equiparado con clásicos como Matrix y Blade Runner, en un ejercicio ¿crítico? demasiado fácil, populista e insensato.
Protagonizada por Leonardo DiCaprio (quien encabeza un espectacular reparto, ya una tradición en la filmografía de Nolan), la verdadera naturaleza de Origencomo película sólo la podrá definir el tiempo. Nosotros, tanto críticos como espectadores, estamos demasiado contaminados por la cultura del hype, del buscar grandes y originalísimas obras donde en realidad no hay nada ni tan grande ni tan nuevo; esa idea que tenemos grabada a fuego en nuestro subconsciente, y que en ocasiones no sólo no nos deja ver más allá del artificio efímero, mareando la perdiz cual trilero, sino que provoca que magnifiquemos nuestras impresiones (sean estas tanto positivas como negativas) hasta la náusea.
Origen no es ni Matrix ni Blade Runner. Ni llega al nivel de cine de palomitas y entretenimiento que alcanzó a finales de los noventa la cinta de los hermanos Wachowsky, ni por supuesto alcanza la cumbre cinematográfica y filosófica que Ridley Scott consiguió en su obra maestra protagonizada por Harrison Ford. Se queda a un nivel intermedio en ambos aspectos, donde por supuesto también hay lugar para la brillantez, pero también para lo mediocre. Esa es la cara oculta de Origen que me gustaría destacar, ese grano grande y feo que todos parecen maquillar como si no quisieran aceptarlo o, simplemente, por pura ceguera: la ocasional redundancia excesiva tanto en el guión como en la puesta en escena.
Se trata de uno de los mayores defectos como cineasta de Christopher Nolan, además del de no saber rodar muy bien secuencias de acción (algo que podemos ver una vez más en Origen, y que en El Caballero Oscuro pasó más o menos desapercibido). El director de Memento insiste, insiste e insiste en insistir en todos los aspectos y a lo largo del metraje, algo que sobrecarga el ritmo de la película y que podría llegar a perjudicar los hombros (y la cabeza) del espectador poco paciente. Se repiten diálogos hasta cuatro veces, y pese a la excelente labor en el montaje por parte de Lee Smith, se empalman planos en ralentí excesivos que podrían dar lugar a innumerables parodias en el futuro (como el tiempo bala de Matrix, puestos a comparar películas que no tienen nada que ver). Es como si a Nolan se le hubiera olvidado que estuviera haciendo cine, y que siempre, siempre, siempre, una imagen vale más que mil palabras, punto débil que sus detractores aprovecharán sin piedad para descuartizar la película.
No obstante, Origen está mucho más allá de eso.
En una especie de reimaginación encubierta del film de animación de Satoshi Kon, Paprika (si comparamos, al menos hagámoslo bien), el film de Nolan es un gran y vibrante aporte al género de la ciencia ficción, una obra muy arriesgada por el esfuerzo que requiere del espectador para seguir la narración (que no la trama, más simple que el mecanismo de un botijo). En el caso de que el público sea capaz de seguirle el juego a Nolan, será partícipe de una aventura que transcurre en varios subconscientes de un único ser humano, pero protagonizada por varios. Una auténtica virguería para la cual, redundancias a un lado, se entregan en cuerpo y alma todos los múltiples artes de los cuales se compone una película, y cuyo esfuerzo alcanza verdaderos puntos álgidos no sólo en el clímax final del film, sino en los de prácticamente cada secuencia, formando el logro más característico de la película.
Al final, y pese a unos puntos flacos muy a tener en cuenta, el resultado termina siendo muy satisfactorio. Origen atrapa por su espectacularidad y su ambición visual, con una historia simple y un desarrollo del protagonista principal (papelazo para DiCaprio) sencillo, pero empático y brillante, tal y como dictan los manuales. Es una gran película y merece ser vista, pero no os dejéis engañar por las expectativas y/o esas ideas que se infiltran cual parásito, tal y como sucede en el film: ni es una obra maestra (término que se utiliza muy alegremente en los últimos tiempos), ni es tan compleja como se dice que es. Y, desde luego, no deja lugar a dudas. No, ni siquiera su final. Porque como diría el personaje de Christian Bale en El truco final (The Prestige, también de Nolan): Quiero que estés atento… Al fin y al cabo, a pesar de estar rodeados de productos mediocres que nos malacostumbran y nos toman por idiotas, tampoco es tan complicado.
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