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Foto del escritorRafa Delgado

Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio (Steven Spielberg, 2011) – Crítica




Echo un vistazo a la siempre interesante filmografía de Steven Spielberg, y me encuentro con que el director de Tiburón estrenará dos películas prácticamente al mismo tiempo, al menos en Estados Unidos. Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio y War Horse (Caballo de batalla) suponen la vuelta de Spielberg tras revisitar a Indiana Jones en la cuarta entrega de la saga, hace ya tres años, y después de una racha de películas casi ininterrumpida de la que Munich, un cruel y desgarrador retrato de la deshumanización del hombre, se encargó de poner punto y final.


La situación obliga a observar el regreso de Spielberg con lupa. Su anterior trabajo, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, no supo estar a la altura de las expectativas incluso de los más optimistas. Algo no cuadraba en la cuarta aventura del arqueólogo más famoso de todos los tiempos, como si la sed de aventuras de un director que llegó a ofrecernos films como Jurassic Park, E.T. El Extraterrestre y por supuesto En busca del Arca Perdida, se hubiera mermado con el tiempo.


Afortunadamente, el proyecto junto a Peter Jackson de trasladar a la gran pantalla la creación de Hergé nos confirma todo lo contrario, lejos de productores ejecutivos con muy pocas buenas ideas. Tintín es otro cantar, no sólo en la colaboración de Steven Spielberg al género de aventuras, sino en su propia labor como realizador al explorar el sistema de captura de movimiento por vez primera, un sistema de hacer cine tan distinto como repleto de posibilidades.


Spielberg se enfrenta a ello con la misma inocencia y entusiasmo del niño que aprende a leer, y descubre ante él un mundo que le absorbe y hace explotar su imaginación hasta límites que nunca imaginó. Convierte la cámara en un personaje más en la aventura, tan viva, inquieta y curiosa como el propio Tintín (Jamie Bell), como si todos esos encuadres y movimientos de cámara que presenciamos fueran una extensión más de la personalidad del protagonista, lejos de las alocadas y efectistas virguerías visuales que Robert Zemeckis nos brindaba en sus otras creaciones mocap (Polar Express, Beowulf y Cuento de Navidad), predecesoras ya caducas, abuelitas técnicas meciéndose sobre su balancín mientras tejen ganchillo abrumadas ante la viveza desbordante de las miradas de unos muñecos generados por ordenador que, en apenas cuestión de segundos, se vuelven reales ante nuestros ojos.


Steven Spielberg construye así un film tan clásico y contemporáneo al mismo tiempo, en el que re-descubre junto a nosotros la aventura y el misterio que nos ofreció años atrás en algunas de sus películas más recordadas. Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio no sólo es lo que los fans del personaje imaginan –de hecho sería incluso un sueño hecho realidad para ellos: para bien y para mal, el cómic simplemente cobra vida, tal y como lo hicieran los dinosaurios de Jurassic Park en pantalla–, sino todo lo que muchos esperábamos que fuera la cuarta entrega de Indiana Jones y no logramos encontrar. Es el Spielberg intrépido que todos conocemos, el titiritero que nos catapulta a una aventura inmensa sin apenas tiempo de descanso en 107 minutos de metraje, y lo hace convenciéndonos de que ni nosotros ni la historia lo necesitan. Y repasando el guión de Steven Moffat, Edgar Wright y Joe Cornish, sí, así es.


En un momento de la película, Tintín le pregunta al Capitán Haddock (un Andy Serkis completamente desatado) cómo tiene su sed de aventuras. Es la pregunta más sensata del film, y la que mejor refleja el espíritu de una película tan divertida y entretenida como repleta de talento. El mejor Spielberg ha vuelto, déjenle pasar y disfruten del espectáculo.

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