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Foto del escritorRafa Delgado

Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010) — Crítica



Quince años después del estreno de Toy Story (Juguetes), los estudios de animación de Pixar y Walt Disney Pictures nos traen de vuelta a Woody, a Buzz Lightyear y a todos sus amigos en una tercera entrega no exenta de cierto escepticismo inicial. Afortunadamente, no hay nada por lo que preocuparse.

 

He de reconocer que el proyecto nunca despertó un gran interés en mí. Toy Story 2 me pareció un digno final y una gran película, a la altura de su predecesora, pese a ser un pseudo-remake con la misma fórmula que, por ejemplo, Terminator 2: El juicio final (mismo argumento, pero más y mejor). La idea de una tercera entrega de Toy Story me hacía pensar automáticamente en ganas de recaudar dinero fácil y en una falta de originalidad por parte de Pixar Animation Studios, lo cual supondría una tremenda decepción por parte de la gente que mejor cine de animación hace en la actualidad, al menos en Estados Unidos.


Afortunadamente, a veces la intuición juega malas pasadas. Toy Story 3 no sólo es una muy buena película, sino que es la mejor de la primera trilogía de Pixar con amplísima diferencia. El film, dirigido por Lee Unkrich, reúne lo mejor de las dos primeras películas, aportando aún más si cabe a un rico universo protagonizado por juguetes con dueño, donados, abandonados y/o perdidos. Quince años no pasan en balde, y Pixar ha sabido darle la madurez indicada a la saga gracias a su experiencia en cintas previas, pero sobretodo, a los grandes talentos que existen detrás de una premisa argumental fascinante.


En su crítica de la película, el crítico norteamericano Roger Ebert dice que Toy Story 3 deja a un lado a los personajes para dedicarse en cuerpo y alma a los chistes fáciles y rápidos que, por desgracia, tan recurrentes se han vuelto en el cine de animación norteamericano actual. Personalmente, no podría estar más en desacuerdo. Toy Story 3 es una oda no sólo a esos personajes que nos han acompañado a lo largo de 265 minutos de metraje, sino también a nosotros y, sobretodo, a nuestra infancia. Su grandeza reside precisamente en hacer saltar a una dimensión superior al grupo de protagonistas encabezados por Woody y Buzz Lightyear, hacerlos crecer y evolucionar como personajes, planteándoles dilemas a un nivel tan adulto como inusual en franquicias del cine de animación norteamericano.


Es cierto que la parte más endeble de la película es que prácticamente repite el esquema argumental de sus dos predecesoras (los juguetes son separados de su dueño, Andy, y éstos querrán volver con él a toda costa), pero no es más que una excusa por parte de Lee Unkrich y Pixar para el punto de inflexión más importante en las vidas de estos juguetes.


Una de las características que hace grande a Pixar es su don a la hora de plasmar la humanidad y la vida en cada una de sus películas. En Up, tanto el prólogo como ciertas pinceladas de maestría en el diálogo, marcaban el trasfondo emocional de sus personajes, y construían una base poderosísima para el resto de la película; una conexión emocional con el espectador que Pixar ha sabido recuperar en tiempos de producciones fáciles, cuyo único objetivo es reventar la taquilla el primer fin de semana.


En Toy Story 3 ocurre exactamente lo mismo que en Up. La diferencia es que, en un esfuerzo por parte de Pixar a la hora poner punto y final a su trilogía, tanto el brillante y frenético prólogo como el emotivo epílogo de la película buscan ya no sólo esa conexión con el espectador, sino la también mencionada evolución de los entrañables personajes del film.


Y lo consiguen, con creces. Jamás imaginé llorar como un niño pequeño por culpa de unos juguetes, sus anhelos y sus inevitables destinos, vueltos tan humanos como los que aparecen en la propia película por primera vez ante mis ojos.


Pixar eleva la saga a un nivel superior, por encima de cualquier franquicia animada actual, e incluso por encima de algunos de sus grandes clásicos. Los estudios ponen toda la carne en el asador en una cinta con multitud de géneros: desde la comedia hasta el drama, desde el thriller hasta el terror (ojo a los más pequeños en ciertas secuencias), pasando por el mejor cine de espías, carcelario e incluso el western.


Una mirada auto reflexiva y cariñosa a los cambios importantes en la vida a los que cada uno de nosotros deberá enfrentarse: a la infancia, generalmente una de las etapas más felices de la vida de todo ser humano (idea plasmada a la perfección en un auténtico delirio cinematográfico que hará que toda la platea saque los “kleenex” al unísono), pero sobretodo, al momento exacto en el que uno se da cuenta de que, por mucho que nos invada la nostalgia y por muy duro que nos parezca afrontarlo, hemos dejado de ser unos niños…


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